Preludio
Hace varios años, en diciembre de 2010, viajé a Guatemala; ¡Fue una experiencia fascinante en todo sentido! Uno de los eventos que tengo tatuado en mi mente fue, sin lugar a dudas, el recorrido por la ciudad Maya de Tikal; no exagero al decir, que para mis amigos y para mí la entrada a ese lugar fue la apertura de un portal dimensional.
Prefiero contar la historia que escribirla, ya que, si bien no soy un buen cuentero, me gusta la oralidad para afinar ciertos detalles. Disfruten estas palabras como algo menos que un mini cuento; apenas como un fragmento de pensamiento. El consejo es viajar y experimentar en carne propia este maravilloso acontecimiento.
Sin orientación hacia el Templo IV de Tikal
Luego de sacudirnos parcialmente, de la penosa y difícil misión de convencer a los guardias de seguridad apostados con changones a la entrada de Tikal, para poder entrar antes de las 6:00 a.m. -hora permitida de ingreso-, tomamos nuestro mapa y salimos corriendo como si se tratara del campeonato mundial de hiking por equipos. Éramos seis personas: tres colombianos, un, ecuatoriano-canadiense, y dos austriacas.
¡El reloj marcaba las 5:55 a.m. y cómo no apurarse por Dios! Si se trataba del solsticio de invierno en la ciudad Maya, evento que nos permitiría presenciar un acontecimiento que pocos pudieron ver y que jamás olvidarán, aquél amanecer y para nuestra fortuna, la salida del sol, en completa alineación con el Templo IV.

En la penumbra, nunca alguien tuvo tiempo ni intensión de sacar su linterna para mirar ese penoso mapa que con dificultad lograba marcar el Norte. Tal vez por estas razones -lo penoso del mapa y la ausencia de luz- y por la desesperada idea que cruzaba por algunas cabezas al estar allí, y no conseguir llegar al tempo IV antes del amanecer, con un mapa que jamás llegó a sernos realmente útil. Quedaba pues seguir el instinto, moverse hacia el frente, buscar el lugar alto en donde sólo podía estar ese templo; caminar esos dos kilómetros como alma que lleva el diablo…
Recuerdo a las austriacas desconcertadas y temerosas, a nuestro otro amigo silencioso y despreocupado; recuerdo a Pacho caminando estrepitosamente aunque seguro, como solo él lo sabe hacer, tropezando con las raíces de los árboles que formaban escaleras naturales; recuerdo a Morales rezagado por voluntad propia, mirando hacia arriba, buscando el sonido; me recuerdo, y llego al éxtasis, descifrando entre la penumbra arrebolada una pirámide gigante en la plaza central de Tikal, que me valió aquella parada, en donde mi nuca se estremeció con el aullido metafísico de aquellos monos.
Decirles que me encontraba en un bosque de penumbra arrebolada, absorto ante una pirámide, y aturdido por el sonido aullador de innumerables monos, podría llevarlos como a mí, a un momento mágico.
Y aún no hemos llegado al amanecer…

Coro

… cuando llegamos al templo, aún nos hallábamos en la penumbra y sabíamos que
habíamos conseguido llegar de primeros y que ese momento sería sólo para nosotros. Pero, para nuestra sorpresa, el canadiense-japonés ya estaba sentado en el mejor lugar, acompañado con dos guías que parecían sus guardaespaldas. ¿acaso sobornaron al guardia de la entrada con un par de billetes para poder entrar con anticipación? No podía haber otra explicación. En realidad, no importó mucho, ¡nos importaba ver el amanecer!
Nos sentamos, estábamos un poco agitados, tomamos aire, bebimos agua y preparamos nuestras cosas. El que estaba más listo para ese momento era pacho, quien, con un trípode que usaba desde sus días como niño explorador, y una cámara vieja de 26 MP, logró crear obras de arte cada vez que oprimió el obturador; morales por su parte, que se encontraba en un estado sublime de plenitud estaba sentado, fumando, en un escalón de la pirámide, viviendo el instante en el que el primer arrebol saldría para nosotros…
Aria
… Estando allí, en ese lugar tan increíble, ya no sabía qué era lo mejor: que el sol saliera o que el tiempo dejara de avanzar. Pero, de manera inevitable el sol comenzó a salir, y todos pudimos contemplar aquel evento cosmológico que los Mayas comprendieron desde la cima del templo de la serpiente bicéfala. Cuando ese círculo rojo iluminó toda la selva, logré comprender qué nos había llevado hasta ese punto en nuestro viaje: no sólo eran las pirámides y las ruinas, estábamos allí en busca de la energía Maya.

Qué historia tan llena de magia!!! Quiero ir!!!
Me gustaLe gusta a 2 personas
Qué lindo relato y qué bonitas fotos. Vamos metiendo a Guatemala en los pendientes.
Me gustaLe gusta a 1 persona