
Si me pidieran un consejo diría que no debe pensarse mucho, llegar sin principios, sin prejuicios, sin prevenciones, con la mente en blanco, dispuesto a todo, en dónde sea, a la hora que sea, con quien sea.
Ser, hacer o estar frente a un piloto, requiere de ingenuidad, pero al mismo tiempo, y paradójicamente, de muchas horas de vuelo: sólo alguien que ha estado sometido a las más siniestras borrascas, a las más tediosas horas sin novedad, sólo alguien que muchas veces se ha tenido que manejar por instrumentos, y con poca visibilidad, es capaz de arrancar, de despegar nuevamente.
Casualmente, las dos invitaciones vienen de la misma persona, a la primera me resistí por un tiempo, a la segunda accedí de inmediato. ¿En qué y por qué se piensa? ¿Cuáles eran mis condiciones, mis limitaciones? En los dos casos me aterraba y me paralizaba la posibilidad de salirme de la zona de confort que tanto me costó alcanzar: ¿de qué se iba a tratar, quién iba a estar ahí, cuánto tiempo me iba a tomar, valía la pena?
Como ven, uno es alguien a la hora de dar consejos y otro a la hora de llevarlos a la práctica, así que finalmente lo hice, escribí mi primera entrada para un blog, sin tener más experiencia que la de ser un redactor eximio de resoluciones, acuerdos y oficios; y, obviamente, vi el primer episodio de una nueva serie de televisión, después de haber entregado casi todas las horas de mi vida a ver televisión. Las dos experiencias me garantizaban la satisfacción a cabalidad de todas mis inquietudes, y me permitían desarrollar el ejercicio pleno de mis principios y prejuicios.
Acá estoy, frente a una hoja, en un nuevo e inédito despegue a través de las palabras, de las imágenes, de los sonidos. Acá estoy, frente a una pantalla, en un continuo e inacabable despegue a través de las palabras, de las imágenes, de los sonidos.
¿Aterrizaje? Espero que no haya.