¿Ser o estar? Esa es la cuestión

Una traducción literal del inglés al español de la famosa frase del príncipe danés bien podría parecerse al título de este texto. Sin embargo, si llegan a ver en su respectivo libro de Hamlet esta similitud, por favor, cambien de edición porque el traductor no asistió a sus clases de gramática del español, dondequiera que lo haya aprendido.

Tal vez por la misma razón yo estoy escribiendo algo con ese mismo título. Lo confieso: mis clases de gramática se acabaron con la idea del sujeto, su diferencia con el predicado y cuales eran sus respectivos núcleos. Las conjugaciones de los verbos nos tenían que llegar a través de ese ente todopoderoso llamado cultura, bien fuera gracias a la lectura de libros, la interacción con personas cuyo vocabulario fuera más amplio que el propio o sin una razón aparente. Hoy tal vez este texto me sirve como una reivindicación a mi derecho a haber recibido clases más complejas de gramática.

Es fácil de decir eso desde la comodidad de mi casa, mientras escribo en un computador que corrige cuando cometo algún error. Sin embargo, hago parte de la generación que escuchó a sus papás quejarse, entre risas y sentimientos de alivio por no tener que enfrentarse a ellas nunca más, sobre las lecciones de gramática que recibieron cuando estaban en el colegio. Planas eternas, dictados, horas enteras tratando de aprenderse el pretérito pluscuamperfecto del indicativo del verbo dormir en la segunda persona del plural. De sólo escribirlo, me dan ganas de conjugarlo en el presente en la primera persona del singular.

Recientemente me he preguntado más de una vez si el verbo que va en una frase es ser o estar. Voy a narrar al menos dos ocasiones en que esto me sucedió. En la primera yo soy el protagonista de la historia en cuestión y la segunda soy un mero espectador. Cuando era niño nunca pensé que el español me iba a servir para algo diferente de comunicarme con mi familia y mis amigos y en el resto de América Latina, con excepción de Brasil, cuando fuera de vacaciones. Para mi deleite, el hecho de que seamos cerca de entre seiscientos y setecientos millones de hispanoparlantes en el mundo nos da una gran ventaja comparativa respecto a otras lenguas, digámoslo así, menos populares en términos de población o de países donde se habla. Eso ha implicado que durante mi estancia fuera del país algunas personas me han pedido el favor de que les enseñe español (a pesar de que les digo que no sé nada, terminamos siempre teniendo algunas clases). En ese contexto, en diversas ocasiones me he tenido que preguntar si el verbo que debería usarse es ser o estar. La mayoría de las veces, la cosa está clara, ser es ser y estar es estar. No hay lío. Eso creo.

En últimas lo que guía mi respuesta es el instinto. Suena bien o no suena bien, ese es mi parámetro. Cuando uno de mis estudiantes de lenguas me dijo que había una regla para identificar cuál debería usarse no pude ocultar mi sorpresa. ¿Reglas? Si es natural, esas cosas no necesitan reglas; al final, ser es ser y estar es estar. No hay lío. Pues bien, “ser” se presenta cuando es una condición permanente e invariable: soy hombre, soy uruguayo, soy estudiante (¿ya se imaginaron cómo sonaría con estar? Estoy hombre, estoy uruguayo, estoy estudiante). “Estar” en cambio se refiere a una situación que puede cambiar con relativa facilidad: estoy escribiendo, estoy en la biblioteca, estoy cansado (hagamos el ejercicio: soy escribiendo, soy en la biblioteca, soy cansado). Es sin duda una regla muy útil para aquellas personas cuya lengua materna tiene un solo verbo para ser y estar; entre ellos el inglés, el francés, el albanés y el alemán.

Esta cuasi certeza sobre el uso de este par de verbos que siempre me habían parecido tan simples y naturales se resquebrajó hace poco tiempo. Esa es la segunda historia en este viaje verbal por los vericuetos del lenguaje. A pesar de que no soy un fanático de las redes sociales, i.e. trato de evitarlas al máximo, mantengo un contacto asiduo con algunos de mis amigos a través de ellas y de vez en cuando recibo mensajes simpáticos (otras veces la gente manda información que no me interesa, como por ejemplo supuestos mensajes de dios, lecciones de vida, etc). Una serie de mensajes enviados por un amigo contenían unas crónicas de viaje publicadas en El Espectador. Crónicas bien escritas, amables; invitando en el fondo a seguirle los pasos a la cronista. Cuando recibí la segunda entrega de la serie me llevé una gran sorpresa. ¿Ser o estar? Esa es la cuestión! (http://www.elespectador.com/noticias/cultura/cumplirse-promesas-articulo-645667).

La frase con la que comienza la crónica es “Cuando estaba niña, le preguntaba todo a mi mamá”. Mi instinto (el mismo que me guía en mis clases) me dijo que algo no estaba bien. ¿Uno es niño o está niño? Sin querer criticar a una escritora cuyo oficio es justamente el de escribir (el pleonasmo en este caso se justifica), el verbo que debería conjugarse en la primera frase de la oración es ser y no estar. Algo me dice que yo fui niño y no que estuve niño, aunque igual le preguntaba todo a mi papá. Sin embargo, como yo no sé nada de gramática del español, en principio el que debe estar equivocado soy yo y por eso me di a la tarea de encontrar una frase cuyo contexto permitiera el uso de estar niña: una nueva jefe de veintidós años dirige un equipo de cinco treintañeras; el cometario de los corredores sería: “Está muy niña para esa responsabilidad”.

Naturalmente, siendo un total lego en la materia y habiendo reconocido previamente mi profundo desconocimiento de la gramática del español no estoy en capacidad de resolver este debate. Sigo pensando que uno es niño envés de estar niño. Probablemente la solución de este asunto tiene que ver con los distintos usos que las palabras niño o niña tienen en el español: sustantivo y adjetivo, como mínimo (si ven que no sé nada más sobre gramática: sujeto, predicado y sus componentes). Para el infortunio de mis estudiantes de español, no lo sé. Tendré que preguntarle a alguien que haya recibido clases de gramática. Voy a preguntarle a mi papá.

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