Hace más de una semana envié el final de Tu nombre en mi lengua. Mientras preparaba cada envío, el texto original sufrió cambios, muchos cambios, hubo capítulos anulados y otros reeditados. Mientras el texto esté en las manos de quien lo escribió, vive. Todas las noches viene su hada a susurrarte al oído que no está listo, que nadie puede leerlo, y si pasara, si alguien lo leyera, habrá grietas, vacíos, inconsistencias. Las que tú, quien escribe, ya conoce: todas las omisiones y todas las exageraciones. Lo mágico de la literatura de autoficción está en hacer creer a un lector que las cosas que se narran ahí son todas posibles, reales, factibles.
Recibí mensajes de lectoras (más lectoras que lectores) en los que me preguntaban si todo era cierto, si ese texto estaba escrito como un memorial de agravios y desagravios, y si los personajes existieron. Casi todos existieron pero hay al menos tres que solo lo hicieron en el plano de lo literario, construidos en esa dimensión de un relato cojo, al que le faltaba algo y le sobraba mucho. Me han preguntado también si ese enamoramiento del que hablo fue así de violento y denso. Y fue, pero en silencio.
De la narradora del texto, que en principio soy yo, tengo que decir algo: si yo hubiera sido como ella no estaría aquí sentada dando explicaciones de algo que escribí. A una amiga le dije que si en ese texto yo hubiera sido legítimamente yo, como me conocen las personas que me quieren y que no, el texto sería muy distinto, sería más introspectivo, y la narradora no hubiera logrado hacerse ver como yo quería: como una mujer obsesionada con un hombre que le rompió el corazón. Peor aún, el texto sería oscuro y mucho más triste.
La primera versión del texto, la primerísima, es muy distinta. En ella intenté ser lo más transparente posible, y narré todo sin ningún filtro. Me puse del lado de quien escribe y no de quien lee, y cuando terminé, me di cuenta de que debía empezar terapia. Una de las primeras personas en conocer el texto original fue una gran amiga a quien se lo compartí por dos razones. La primera, que ella había conocido esa historia, la que hace el texto un todo, de primera mano. La segunda, porque es de las lectoras que más admiro. En un corto mensaje me sugirió hacer a la narradora un personaje más desequilibrado, menos sensato, menos restrictivo. Y así fue: usé el enamoramiento como excusa para darle el poder de escribirse como si su vida dependiera de ese hecho. Lo justo sería decir que yo habría querido comportarme como ella. Las cosas imaginarias, las más absurdas, y que yo consideraría poco sanas, las hizo ella. Esto sin quitarme la responsabilidad de las que sí hice, las autodestructivas, las de tentar a la suerte. Esas sí que pasaron.
Como experimento editorial, el hecho de enviar un capítulo/fragmento cada semana funcionó de lado y lado. Para mí, la preparación del capítulo suponía unas dos horas de trabajo: editar, seleccionar, y montar el contenido a la plataforma que usé (Mailchimp). El día del envío, sin embargo, una especie de ansiedad me dominaba. La necesidad de saber si quienes estaban inscritos ya lo habrían abierto, si les había gustado, si se daban de baja en las entregas semanales. Hubo una baja en estos largos meses, pero esa baja sola me hizo cuestionar el hecho de seguir enviando capítulos, estuve a punto de dejarlo ahí, porque se quiera o no, esa baja habla más que el promedio de aperturas por capítulo. Hubo lectores que no se dieron de baja pero nunca abrieron los correos, por ejemplo. Quizá terminaron en la papelera virtual, o en la bandeja del spam, no lo sé ni lo sabré. Las lectoras, por su parte, fueron más activas en comunicarse conmigo. Algunas solo para decir que el capítulo les había gustado, otras para pedirme consentimiento para compartir el texto en facebook, y otras para decirme que era el primer libro que leían este año porque no tenían tiempo para otras lecturas. De ellas aprendí algo: el envío por capítulos semanales garantiza que esa que se enganchó con la historia, abrirá el correo cada semana y dedicará unos diez minutos a leer. Eso ya hacía valer la pena todo el asunto de experimentar con un medio como una newsletter. Y recordé que cuando tenía más o menos 10 años, a mi casa llegaban capítulos de lanzamiento de los libros de Harry Potter. Quizá si se lee por entregas, logremos subir los índices de lectura anuales, o algo. Para mí lo más significativo ha sido ser capaz de concluir, de coserme.
Aquí encontrarán el archivo de Mailchimp donde se alojan todo el contenido del libro. En el primer link de la lista encontrarán el índice completo y ordenado de todas las entregas de Tu nombre en mi Lengua.
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