Tu nombre en mi lengua, un experimento editorial

Entre el 2020 y 2021 escribí un texto al que le di vueltas durante casi dos años más. Lo reescribí, lo edité, lo cambié, pasé el inicio al medio, y el final al principio, le puse nombres, se los quité… es cierto cuando dicen que ninguna obra estará terminada en manos de su autor. Podría seguir poniendo datos ahí como si se tratara de un archivo en el que uno puede meter la mano y sacar un conejo. Pero ya no quiero. Llegué a un punto en el que sentí que estaba redondo y firme, que se puede sostener con las dos manos sin desinflarse. 

Cuando empecé a escribirlo, tenía la intención de hacerlo carta. ¿Qué más poético que hacer al lector protagonista? Por eso el texto está escrito en primera y en segunda persona (como si alguien te hablara al oído y tú supieras de qué). Tuve el documento guardado en mi computador durante un tiempo, compartí algunos apartes con amigas, y el texto completo con mujeres que han sido luz en mi vida. Fueron ellas las que me animaron a publicarlo. Por eso, desde este mes empecé una newsletter, que es más letter que news, en la que enviaré cada semana un capítulo de este libro al que, finalmente, titulé Tu nombre en mi lengua. 

Si quieres suscribirte a este experimento editorial, puedes hacerlo aquí, y si crees que a alguien más le puede interesar, compártele esta nota para que se suscriba. Mañana, como todos los viernes, nos leemos. 

Por ahora, dejo aquí la primera entrega publicada la semana pasada:

Preámbulo A· Tu nombre en mi lengua

Ezequiel”, dije, y pensé que yo también quería,

ahí afuera, un nombre para mí.

Dolores Reyes

En el 2006, cuando cumplí 18 años, la vida me sobrevino y la muerte se llevó a mi abuelo, que llevaba unos años lidiando con un cáncer no detectado a tiempo que le consumió la energía y el cuerpo, y a nosotros, la alegría.  Sus últimos días fueron dolorosos, tristes y delirantes. Creía que estaba al lado del mar y salía desnudo al jardín a tomar el sol, en donde lo encontraba mi abuela, quien lo cubría con una manta o una toalla y lo regresaba al interior de la casa. Su levedad en ese cuerpo tan delgado, en el que cada articulación de sus huesos le hacía llagas sobre la piel, le permitía salir de sí mismo y trasladarse al Caribe colombiano en donde años atrás tuvo una casa.

No reconocía a las perras, olvidaba sus nombres y las llamaba por colores: la Amarilla (Pacha), la Negra (Cheika), la Negra-pequeña (Conga), la Café (Tita). Un año antes mi abuela había regalado a los perros machos que atacaron a un ternero y se cebaron para siempre porque del sabor de la sangre ningún perro vuelve. Las perras, en cambio, son fieles y obedientes, no se alían con otras para atacar a los terneros, aunque a veces abandonan sus propias crías o se las comen.

Pacha, por ejemplo, era una pésima madre. Por eso, cuando mi abuelo me dijo que llevara los cachorros de la Negra para que la Amarilla los amamantara, tuve que decirle la verdad: los perros de la Amarilla nacieron muertos, o sea, no nacieron. A la Amarilla tuvimos que operarla, no será madre nunca más, y le han dado antibióticos para la mastitis. No puede alimentar los perros que Cheika rechazó. ¿Quién? Cheika, la Negra. Ah, ¿y la Negra-pequeña? Está muy vieja, y no tiene crías hace años. Por eso, Lucía y yo nos turnamos unas noches para cuidar a los cachorros. Se nos murieron, así como se nos murieron los pájaros que rescatamos después de chocar con los ventanales de la casa, y las tortugas que compramos por compasión en la entrada de un centro comercial en Bogotá. Mi abuelo murió también, días después de las muertes de los cachorros y las tortugas. Y la vida me dio un vuelco de repente.

Ese fue el año que te conocí. Esa emoción infantil del enamoramiento bloqueó mi duelo y me distrajo de sentir la muerte de una de las personas más importantes de mi vida. Luego te perdí a ti, y todo se volvió bruma.

Bruma, brumoso, abrumador: caótico. Seguir adelante significó ramificarme, aunque la imagen más justa sería decir partirme, romperme, dividirme: No hay forma de entender qué es ser varias en una, y de la física cuántica que no aprendí, se me quedó el asunto de las posibilidades. Me entiendo en la alternativa, en la paralela, en la que no soy en este universo, así sea desde aquí donde te escribo.

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2 respuestas a “Tu nombre en mi lengua, un experimento editorial”

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