Leer sobre leer

Por Ángela Castellanos. Escritora, fotógrafa aficionada y columnista*

Dicen que el buen escritor debe lograr que sus lectores se identifiquen con sus historias y personajes. Si esto es cierto, Luna Miguel cumple. Hace poco leí Leer mata, el libro donde la española cuenta la historia de Lectora, un personaje que estima que le quedan 3.046 días de vida y que quiere leerlo todo antes de morir. No sé cuántos días me queden a mí pero coincido: ojalá pudiera leerlo todo antes de irme.

En este libro que tiene la forma de ensayo narrativo, Lectora cambia de personalidad de acuerdo con lo que lee. Cada vez que lo hace se transforma en una nueva versión de sí misma porque justo eso es lo que provoca en nosotros el acto de leer: una muda de serpiente, una despedida del cuero que nos revestía antes de devorar un libro y que se nos quedó pequeño ante el texto que engullimos.

Leer mata es una oda a la relación de amor y tensión que tenemos los lectores con los libros. Durante su lectura sentí que es una biografía colectiva de la que muchos podríamos echar mano para describirnos: lectores somáticos, lectores nostálgicos, lectores enfermizos, lectores notarios. Es un libro para leer sobre leer del que se sale con el cuero tatuado de una lista de libros por comprar que dificultan la misión de acabar en vida con cuanta publicación clásica o nueva sale.

No sé si otras profesiones u oficios compartan el disfrute del que lee sobre leer. Dudo que entre abogados litiguen sobre litigar o que un médico pueda medicar sobre lo medicado porque el oficio de leer es el único que se puede auto referenciar. En una carta que Lectora le escribe a su amante le dice que quiere mostrarle cómo la lectura la incapacita para la vida porque leer es un modo de no estar que la hace desaparecer. Una vez más coincido. Creo que solo en la lectura se conjugan la ausencia, el aislamiento y la presencia plena.

Aunque no creo en construcciones del estilo de «somos lo que comemos», lectora rebelde diría Miguel, sí es cierto que varias funciones de los órganos están determinadas por lo que el cuerpo consume. Lo mismo pasa con las letras de las que se alimenta el ojo. Así como la fibra nutre el sistema digestivo, los libros suplen las necesidades de un sistema imaginario al que ningún científico le ha puesto nombre. Quienes leemos tenemos un sistema librófilo que, en vez de bombear sangre, bombea prosa con la que funcionan el cerebro y el corazón.

La vida ocurre gracias a las letras que se consumen. Creo que el ciclo vital se puede explicar en función de la lectura. Primero, gracias a los libros, nos enamoramos. Según dice Luna Miguel, «uno puede enamorarse de alguien por cómo lee, pero también por cómo subraya». Luego, a causa de los libros vivimos micro duelos: tusas rápidas que empiezan cuando el texto se va a acabar. Y después, cuando llega ese tiempo del que Alejandro Zambra dice que no importan las películas ni las novelas sino el momento en que las vimos, las leímos: dónde estábamos, qué hacíamos, quiénes éramos entonces, sabremos si hemos evolucionado.

Mientras leía Leer mata no pude dejar de pensar en el cambio de piel de los reptiles. Todos crecen pero la capa superior de su piel no. De ahí que en diferentes intervalos deban mudar la epidermis para deshacerse de la que se les ha quedado pequeña y permitir que la nueva, ya lista por debajo, salga a la luz. Eso hacemos cada vez que leemos: mutamos. Somos lectores réptiles.

*Este texto fue publicado originalmente en el perfil de Instagram de Ángela (IG:@angelacastellanos.flr). Allí mismo, ella lo leyó en un video que compartimos con ustedes:


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