Regalos póstumos

La última vez que vi a mi abuela materna me dijo que había pedido dos azaleas para mí en la floristería del lado de la iglesia. Yo le prometí que le conseguiría la edición de Pedro Páramo con letras grandes porque la mía, que era muy hermosa, tenía una letra diminuta que se escapaba a su vista que llevaba 91 años mirando el mundo. Es verdad que después del uso, las cosas se desagastan, como los ojos y los oídos, y los pulmones y el corazón. Quería tanto que mi abuela leyera Pedro Páramo. Mientras estuve en el colegio tuve que leerlo por obligación, y no recordaba casi nada del libro. 

Cuando conseguí la edición por el aniversario de Juan Rulfo, que compilaba sus tres obras, leí sin poder parar, y supe que a mi abuela le encantaría ese libro. Hacía poco, Mariana Travacio había aparecido en mi vida, y por su cumpleaños, el último que celebramos, le regalé Como si existiese el perdón. Yo había leído Quebrada el año anterior. Un librero de Tipos Infames, una librería de Madrid, me lo había recomendado. Me había dicho “Mariana Travacio es la Juan Rulfo de nuestra época”. Yo sabía que Juan Rulfo era el escritor de cabecera de uno de mis mejores amigos de la infancia, y sin embargo, esa referencia fue vaga para mí. Igual me llevé el libro para la casa, que en esa época aún era en Lisboa, pensando que quizá debería leer mejor a la Juan Rulfo de mi época antes de leer al verdadero Juan Rulfo. Y ese libro me partió un poco en dos: uno, porque la historia es de esas que desbaratan, y dos, porque yo no escribía (ni escribo) como Mariana Travacio, es decir, como las diosas. Mi abuela leyó Cómo si existiese el perdón y un día me dijo que le había parecido buenísimo. Le dije entonces que le llevaría Pedro Páramo que también me había roto un poco. Yo quisiera que mi abuela susurrara entre los muertos y me la pudiera encontrar por la calle un día cualquiera para hablar de cualquier cosa. Quizá leyendo Pedro Páramo uno encuentra la forma de permear el mundo de los vivos una vez ha muerto. 

No quería llorar el día que la vi en el hospital, no frente a ella, pero igual, a pesar del tapabocas que tenía que usar para entrar a la sala de cuidados intensivos, se me notó cuando las lágrimas me humedecieron toda la cara. Pienso en esa sensación de saber que es posible morir, porque ya los cuerpos se agotaron de existir, y ver que alrededor hay un montón de gente imaginando que el final está cerca. Yo salí de verla y pensé que quizá esta vez no era su hora, pero uno de mis primos, al despedirse de mí, me dijo “yo creo que es momento de dejarla ir”. Esa noche prendí una velita y pensé en ella. En que su alma se desprendiera de su cuerpo sin dolor, le escribí un texto con la intención de que mi mamá se lo leyera en algún momento, aunque ella llevaba inconsciente unas horas:

El silencio es una forma de transitar la muerte, como si a través de él te acompañáramos en un viaje casi interestelar, donde el vacío del espacio no da para que las ondas de nuestras voces reverberen en ninguna superficie y te hagan eco para llevarte a ese otro lugar adonde nosotros no podremos estar, no por ahora. El silencio es muy parecido a un vacío, y saber que no estarás aquí más nos duele. Y sin embargo, entre nosotros hablamos de ti, de tu vida, que fue una algarabía, llena de sonidos de pájaros, de colores brillantes y de una energía hermosa y constante que vive dentro de cada uno de nosotras: tus hijos e hijas, nietos, nietas, bisnietos y bisnietas. Si pienso en el paraíso, pienso en tu jardín, y pienso también en las veces en la que tu casa parecía un carro de payasos, donde cabían más personas por metro cuadrado de las que uno imaginaría. Pienso en tu vida, llena de luz, de libros y de matas. Pienso en el día que me dijiste que si quería comer carne, tú no le dirías a nadie, que sería un secreto entre las dos. También pienso en las partes de nuestras propias vidas que se van contigo, porque sé que tu memoria era como una cajita de compartimentos en los que almacenabas una historia con cada una de las personas con las que te encontraste en la vida. Tu vida nos dio vida, y cada una de las cosas que compartimos estará siempre en nuestro corazón, que sabemos que existe porque gracias a tu amor lo sentimos dentro del cuerpo. Sé que ahora mismo todos estamos unidos al tuyo, respiramos para darte aliento para cruzar, porque aunque quisiéramos que te quedaras dos siglos más, sabemos que estás cansada, que el cuerpo ya no te da. Por eso, cada uno en sus pensamientos, te acompaña ahora mismo para que no sientas miedo. Nos unimos a ti, a tu tránsito, para que puedas descansar sabiendo que aquí solo dejas amor. Lo que más deseamos en este momento es que tu vuelo sea plácido, y que cuando cierres los ojos nos veas en tu jardín celebrando la vida que tuviste. Te amamos.

Luego murió, y el desprendimiento ha sido comprender que habita aún entre nosotros como una presencia de luz, que su vida y la nuestra se unen en la existencia y en la muerte. Hoy llegó una de las azaleas a mi casa. Y sus regalos póstumos seguirán llegando cuando florezcan. 

Ágatha y Maruja. Foto intervenida por Isabela Acosta
, , , , ,

Deja un comentario