Por Paola Cadena Pardo, profesora de literatura, productora del podcast RecordArte y miembro de la Comunidad de Oyentes.
Subida en un avión rumbo a Bogotá, escuché por primera vez un episodio de Radio Ambulante que se titulaba “Noemí”. Nidia, mi amiga de siempre, me había dicho varias veces: “Tiene que escucharlos, son muy buenos”, pero yo no tenía idea de qué era un podcast, y cuando me lo explicaron, lo pospuse por mucho tiempo con esa idea de que no era, de que nunca había sido, una persona de escuchar radio, ni audiolibros, ni ningún tipo de formato narrativo en audio. Siempre me pensé como alguien que prefería leer a escuchar, pensé también que no podría concentrarme en una historia sin estar mirando un texto o una pantalla, que a mitad de camino mi atención se perdería en cualquier pensamiento. Y no fue así. Me olvidé del vuelo, del pasajero roncando en la silla del lado, incluso de mi inminente, y siempre emotiva, llegada a Bogotá; me olvidé de mí y me fui en la historia por completo.
Me acerqué a la literatura y decidí estudiarla por varias razones. Una, porque me permitía sorprenderme, admirar la maravilla de lo humano. Otra, porque me sentía acompañada. Me enamoré de la literatura porque me hace llorar, me hace reír, me hace sufrir y cuestionarme, me hace pensarlo todo y pensarme a mí misma. Y para mi sorpresa, empecé a encontrar una experiencia muy similar, una y otra vez, en los podcasts. Me descubrí de repente emocionada, con lágrimas en los ojos, llorando a toda máquina, riendo a carajadas, pensándome la vida mientras escuchaba estas historias. Empecé a escuchar en orden todos los episodios de Radio Ambulante, desde el primero hasta el más reciente, y en unos pocos meses ya los había consumidos todos. Cuando se terminaron me sentí sola, empecé a buscar más. Recordé entonces a Diana Uribe, a quien había oído mencionar como una gran historiadora que tuvo alguna vez un programa radial, y ahí me encontré con su podcast Diana Uribe FM, me perdí por días en la historia de la medicina, en la historia de la radio, en sus viajes por el mundo, y me enamoré de esa señora como quien se enamora de un maestro que le marca la vida.
Esa intimidad entre el lector y el libro se acerca mucho a la intimidad que se siente con la voz que te narra en un podcast. La diferencia es que en el podcast esa voz se materializa, se vuelve una presencia latente en tus espacios. Las mañanas de los sábados en mi casa ahora suenan con la voz de Diana. Y así con cada día de la semana, vienen voces distintas a la mía o la de mi esposo a acompañar las horas que antes eran muertas o que sólo la música llenaba. Ya no sé cómo ducharme, maquillarme, o cocinar sin una historia de fondo saliendo de mi pequeño parlante naranja; dejé de odiar doblar la ropa o tender la cama desde que esas tareas se volvieron la excusa para darle play a alguna historia. Mi esposo se burla porque dice que cargo el parlante por todas partes en la casa como si se hubiera vuelto parte de mí, y sí, es mi más grata compañía.
¿Qué podcasts vinieron después? La lista es larga y sigue creciendo, pero entre los encuentros más entrañables puedo mencionar algunos: El topo y Un periódico de ayer, de La No Ficción, (De eso no se habla), de Isabel Cadenas Cañón, Las Raras, Contra Natura, Relatos Amarillos, Heavyweight, Believable, El agua hablará, Grandes infelices, y la lista sigue.
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2 respuestas a “Mi parlante naranja”
Me gusta escuchar los podcast, me traen muchos recuerdos cuando escuchaba las radionovelas. La mente trabaja dándole forma a los personajes. Me encanta.
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Excelente ,comparto contigo todo lo que escribes y los podcast que has hecho,lo diferente es que yo si escucho radio y Diana Uribe es mi preferida gracias por compartir ,la literatura tus podcast
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