La vida que es milagro

El viernes me arranqué el piercing que me había hecho en la parte superior e interior de la oreja. La punta de la joya, que se atornilla a un tubo mínimo que está insertado en la carne, se había ido moviendo y con el tiempo, dejó de estar firme en su lugar. Cuando giró completamente y no tuvo cómo sostenerse, me lo moví sin querer de un manotazo, y entonces me quedé con una parte en la mano, y la otra aún en la oreja. Intenté ponerlo, pero en vez de eso hice que la parte tubular se saliera de su agujero, y cuando quise introducirlo de nuevo, me lastimé la oreja y me salió mucha sangre. (No tanta, soy exagerada de nacimiento. Pero sí mucha más de la que una persona que lleva con el piercing puesto casi cuatro meses esperaría). Como no conseguí ponérmelo de nuevo, y la parte interior de mi oreja empezó a hincharse, decidí quitármelo para siempre y empezar a curar la herida que me había hecho con agua oxigenada y yodo. Luego revisé los puntos energéticos de la oreja, como para convencerme de que era casualidad. 

El lugar donde estaba el agujero en mi oreja era el punto energético del útero. Mi útero, que está en recuperación desde hace meses, porque la vacuna contra el Covid, la de Pfizer, estragó mi periodo menstrual. Llevo tres meses sangrando todos los días. Todos los días me levanto y pienso “ojalá hoy no sangre más”, y todos los días suspiro cuando retiro la copa menstrual llena de sangre roja y espesa, la lavo y de nuevo la introduzco por mi vagina pensando “ojalá hoy no sangre más”. 

Cuando empecé a ir a terapia mi periodo tuvo mucho que ver. Ya desde ese momento había tenido unos desórdenes que me impedían conectarme con mi sexualidad. Cuando mi periodo aún era un periodo (o sea, que iniciaba y terminaba en fechas más o menos predecibles), hubo días en los que me desperté bañada en sangre. Nunca había perdido tanta sangre, pero solo me hice consciente de eso cuando la terapeuta, en sus intentos por reconectarme con mi cuerpo y sanarme el útero, me pidió que recolectara la sangre de cada periodo y la ofreciera a la madre tierra al finalizar de sangrar. Hasta ese momento no me hice plenamente consciente de que me estaba desangrando. Una mujer pierde entre 30 ml y 80 ml de sangre durante todo el periodo. Y 80 ml es ya considerado un periodo abundante. Yo perdía cada mes 400 ml. Y hasta ese momento no sentí la preocupación que debía con mi cuerpo. Los exámenes de sangre, por supuesto, ya habían prendido alguna alerta cuando el nivel de ferritina era cada vez menor y las médicas no entendían por qué, si estaba tomando suplementos de hierro, ese nivel seguía disminuyendo. Mi anemia fue aumentando y yo empecé a pensar que era bastante probable morir. 

Para sanarme intenté todo lo divino: sembrar mi sangre, narrarme en mi sangre, hacerme una con mi útero, hacerme dos con mi útero, llevar dietas de pájaro para evitar estrógenos, consumir omega 6 después de cada comida, sudar bailando, caminar más, llenarme de paciencia con mi cuerpo… y luego todo lo no divino: llenarme de hormonas, tomar más suplementos de hierro y vitaminas C y B, comer remolacha a pesar de toda mi historia de resistencia a ese tubérculo tan rosado, comer más proteínas vegetales. Me sentí agotada de luchar contra mi propio cuerpo, y de saber que aún haciendo todo lo que estaba a mi alcance (y lo que no), no cambió nada. Sentí rabia contra todas las personas que me sugerían ir a terapias de sanación del útero, a reconciliarme con mi periodo y mi parte femenina, a aceptar mi cuerpo y sangre como si nunca lo hubiera hecho y hubiera sentido repulsión de mí misma. 

Lo más hermoso que llegué a escuchar cuando dije que yo nunca había tenido problemas con mi periodo (ni con la sangre ni con el dolor) fue que lo había normalizado a tal punto que no le daba la importancia que merecía. Estaba cansada de escuchar que cualquier cosa había sido un motivo para que yo sangrara como castigo de maneras descomunales en cualquier mujer, y que toda la responsabilidad de no curarme era consecuencia de mi mala onda con mi ciclo de ovulación. 

Después de que las médicas decidieran que lo mejor era ponerme el dispositivo intrauterino hormonal, al que yo toda la vida le había huido, pensé que iba a cambiar algo. Me dijeron que en seis meses empezaría a notar los cambios, que dejaría de sangrar, y que eso me ayudaría a recuperarme de la anemia. Al sexto mes, en el episodio más angustiante de mi vida, expulsé el dispositivo espontáneamente, sangré durante siete horas y tuve coágulos que jamás había visto ni en mí ni en nadie, y desde entonces he sangrado cada día hasta hoy, 9 de mayo de 2023, mi cumpleaños. 

Siento un agradecimiento profundo por las personas que me han acompañado en este tránsito, las que han estado pendientes de mi salud y de mi comida, y de mis suplementos dietarios, las que me han subido el ánimo cuando me he sentido agotada de sentir que cada día estoy caminando hacia la muerte, y me han desviado del pensamiento haciéndome sentir viva.

Hoy celebro mi vida más que nunca porque sé que el milagro es la gente que me ha sostenido, el amor y el deseo intenso de vivir para acompañarnos. Feliz cumpleaños a mí.    

Pd. Llevo dos días sangrando poquísimo, menos de 3 ml. 

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3 respuestas a “La vida que es milagro”

  1. Leo esto sangrando como nunca , botando coágulos del tamaño de mis dedos y con mucho miedo. Tal vez estoy anémica y no lo se todavía…gracias por compartir, no estamos solas.

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