“Tractor aplastó 331 frailejones”, leo en un titular de El Espectador. Ante el terror que me genera la noticia, continúo en busca de más detalles: “Ayer se supo que un tractor, en medio de una imprudencia, aplastó 331 frailejones, plantas características de estos ecosistemas”. Me pregunto qué habrá motivado a ese terrible tractor a hacer eso y, sobre todo, a hacerlo en la forma en que lo hizo: transitando en “zigzag” por los páramos de Telecom y Merchán. ¡Qué descaro el de ese señor tractor!
Y el asunto no acaba ahí; El Espectador nos aclara más cosas: “(El tractor) pertenece al parecer a un contratista de la Gobernación de Boyacá que ingresó al terreno para cercar unos predios”. Y, de nuevo, es inevitable preguntarse: ¿qué pensará el contratista de la conducta “imprudente” de su tractor? ¿Qué hará al respecto? Como mínimo debería cancelarle el contrato, ¡sin indemnización! Pero, más importante aún, ¿qué hará la justicia con ese terrible tractor? ¿Lo privarán de su libertad? ¿Lo mantendrán en un patio encadenado junto a otros tractores, camiones, tracto mulas, motos, buses y carros de mala conducta? Además, ¿alguien se atreverá a defender al tractor? ¿A qué capítulo del derecho acudirán sus abogados? ¿Aplicará el derecho de las “cosas” también al caso de este tractor? ¿Y qué pasará con su familia, la señora tractora y sus tractorcitos? ¿Quién velará por ellos? ¿Quién pagará su escuela y los acompañará en su adolescencia?
La única tranquilidad que me deja este asunto es que procesar al señor tractor le imposibilitará impulsar a otros tractores –y camiones, tracto mulas, motos, buses y carros– a dañar más páramos, humedales, bosques y ecosistemas estratégicos. ¡Qué Dios y la Virgen nos guarden de más conductas “imprudentes” de vehículos motorizados!

Fotos y texto por Óscar Iván Pérez H.