Fotos y texto por Alejandro Vásquez Escalona.
Esta serie de fotografías la denomino Analogías Anacrónicas. Con ella, intento construir un corpus discursivo que entreteja desde la yuxtaposición de dos o más imágenes con significados distintos para producir otros sentidos de significación. Un diálogo entre varias imágenes que han surgido de contextos distintos, pero que se entrecruzan y dejan un rastro de conversación entre éstas. Una especie de alusión al Montaje de Atracciones iniciado por cineastas rusos como Sergei Eisenstein.
En estas Analogías Anacrónicas me desplazo por espacios autobiográficos, por convencimientos muy personales que van desde lo político hasta lo erótico. Es un viaje donde nos asomamos por la ventana del vehículo para ver el paisaje. Pero ese andar no lo anima la búsqueda de espacios inexplorados; a lo mejor es un periplo circular por solares cotidianos. Donde mostramos descarnadamente asuntos evidentes, sin ingenuidad; más bien, descreídamente para compartir el vacío del presente que no suspira por futuro alguno. No intentamos burlarnos de nada, pero sí pretendemos evidenciar ante los grandes relatos, como los héroes, o la patria, que esa película ya la vimos.
Entre cielo y tierra nada nuevo. Asumo que este mundo perdió su virginidad, su capacidad de asombro. Por eso, visito el pasado sin nostalgia, tratando de sugerir a quienes participen de este recorrido mi convencimiento de que en un universo desvencijado no estoy prometiendo nuevos territorios. Hurgo lo sabido, con ironía. Me divierto con hedonismo arremolinando fotografías que conversan y cuchichean sobre complejas posibilidades en su entrelazamiento. Con todo, esa complejidad surge de lo sencillo. De mirarse y sonreír al saberse vistas por la otra imagen.
Se me escalofrían las escamas cuando oigo a alguien en el siglo XXI sostener que su obra es –o pretende ser– de vanguardia. Vanguardia es una palabra prostituida. Catacretizada. Una postura conservadora. Nos envía en un viaje en retroceso a los años cincuenta y la vanguardia del arte moderno: una elite pugnaba por ir adelante alumbrando el camino a sus seguidores. Legitimando qué debía hacerse. La vanguardia militar como metáfora. Esto es como desconocer que en lo atinente al arte, “en el mundo posmoderno todo está en movimiento, pero los movimientos parecen azarosos, dispersos y desprovistos de una clara dirección (ante todo de una dirección acumulativa)”, como lo sostiene Sigmund Bauman en La posmodernidad y sus descontento. Cada uno se mueve en sus búsquedas personales en un universo complejo y no aspira tropezarse con verdad alguna. Revival. Hibridación. Ver el pasado con ironía sin prometer futuro, sin preocupación por lograr consenso alguno, serían algunas vertientes.
Entre tierra y cielo nada asombra. Después de todo, en la conquista de mayor libertad con aires de inseguridad, las preocupaciones pudieran ser otras. Bauman de nuevo: “Tal como sugiere Baudrillard, la importancia de la obra de arte se mide hoy en función de la publicidad y de su notoriedad (cuanto más numeroso es su público, más importante será la obra de arte). No son el poder de la imagen ni la capacidad de hacerse oír de la voz los que determinan la ‘grandeza’ de la creación, sino la eficacia de las máquinas de reproducción, que son factores fuera del control de los artistas”.
Con Analogías Anacrónicas asumo que no me seducen los grandes relatos como la trascendencia, un supuesto mundo atosigado de sexo, unas consignas contra la polución de la tierra, estancos separadores entre los humanos. No me entusiasman los héroes, la patria, la nacionalidad. Bajo estos alaridos anidan la creencia de pueblos elegidos y razas superiores. Masacres y limpiezas étnicas. La polución de la semilla de una humanidad perdida. Coincido con el cantautor uruguayo Jorge Drexler cuando canta: “Perdone que no me aliste bajo ninguna bandera, vale más cualquier quimera que un trozo de tela triste”.
Me embarco en el tren de la gente sencilla que transita solares comunes y respira el aire vital de cada mañana, sin resplandor de grandeza. De soberbia alguna. Si necesitara una consigna, sería: “Proletarios del mundo, uníos”. Y las patrias palidecerían. Y las fronteras se timbrarían. Con todo, intento convencerme para habitar pacíficamente con mis similares, como si comulgáramos, católicos, musulmanes, Hare Krishna, comunistas y libertarios meditadores, entre otros, un día cualquiera, en una amplia plaza para celebrar el sosiego de los seres humanos sobre estos territorios.
Nos estamos viendo.












Alejandro está armando maletas para emprender el viaje por fuera de su país. Para financiar la aventura, está vendiendo un libro que recopila y expone sus aprendizajes -y enseñanzas- como fotógrafo converso. Quienes quieran comprar un ejemplar digital de Anotaciones sobre el reportaje y el ensayo fotográfico pueden escribirle por Instagram (@alejandrovfotografo) o por mail (acuantola@gmail.com).
