Un año entre la banalidad y el arte. Apunte fotográfico

 

No construyo laberintos y tampoco instalaciones, son habitaciones. Es fascinante edificarlas en capas: lo que hay debajo ya no puede verse ni medirse, menos fotografiarse,pero sabemos que está escondido

Gregor Schneider 

 

Capturar una imagen es un impulso que siento cuando veo una luz bonita, admiro la curiosidad de una persona o deseo capturar un lugar que me recuerda a otro, incluso si aún no he estado ahí. Este último caso fue lo que me sucedió con las dos imágenes que presento.

El arte

Hace cerca de un año tuve la oportunidad de recorrer el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en Ciudad de México. Recorrer la exposición fue encontrarme en la banalidad, cada sala del museo presentaba una habitación tras otra… visitarlas fue adentrarse en la intimidad de alguien. Cuando estás en un Museo esperas que los lugares u objetos que se presenten sean excepcionales, pero en este caso lo que presentaba Gregor Schneider era una habitación sencilla que podría ser una habitación de un hotel, una casa promedio; pero en esta habitación/instalación artística uno sentía que se escondían capas de historias; la luz era perfecta, su reflejo en el vidrio daba pequeños toques de luz a la pared de papel tapiz rosa vulgar, los cojines bien tendidos esperaban por la cabeza de su dueño o alguien con sueño; y así, tras estar unos momentos encerrada en un espacio que parecía de alguien más, comencé a crear una historia o fantasía de quien podría habitar este cálido lugar.

La banalidad

Casi un año después, habiendo desgastado mis pies en un recorrido urbano por el centro, buscando imágenes en las pulgas, la Candelaria y cualquier reflejo urbano, después de unas cervezas, terminé en una habitación sencilla de un motel, cuyo teléfono y radio me recordaban una casa promedio de los 80s; en esta habitación se escondían capas de historias; y ahora escondería mi pequeña historia: la luz era perfecta, el reflejo de la luz en el vidrio del baño daba pequeños toques de luz a la pared de café papel tapiz vulgar, los cojines mal tendidos daban indicios de dos personas que por cariño pasajero habían tal vez compartido un sueño y “esta racha de amor, sin apetito”, como dice Joaquín Sabina en “Donde habita el olvido”. Así, tras estar unos momentos encerrada en un espacio que no era de nadie, comencé a crear una historia o fantasía de quienes anteriormente podrían haber habitado este cálido lugar; en el sofá se encontraba pequeñas lentejuelas de un vestido de alguien quien deliraba amor pasajero, un amor tal vez comprado o canjeado por compañía; arrancando besos para hervir la sangre y encontrarse en una habitación sol@.

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