Dudo mucho que sea la única persona que escuchó alguna vez un “Ay, ¡pero qué sensible sos!”, o su prima hermana “es que sos muy sensible, ¿no?”.
Dale una y otra y otra vez.
Llevo años con el recuerdo de personas diciéndome eso. El tono y la forma en que me lo dicen siempre me dio a entender que quizás eso era lo peor de mi personalidad, algo que tenía que curar.
Tiempo después me di cuenta de mi esfuerzo inconsciente por reprimir u ocultar cualquier expresión que lo diera a entender, especialmente cuando notaba que por algún motivo podía llegar a ser un día de particular sensibilidad. Intentaba evitar gente, quedarme más callada, hasta procuraba desaparecer un tiempo de cualquier medio que se me pudiera contactar. Todo para que – ¡por favor! – no me preguntaran “¿estás sensible?”. Lo odiaba.
De nuevo, todo daba a entender que era sin duda lo peor de mi.
Que lo hiciera no significaba que dejara de parecerme injusto. En ese aislamiento, cada dos por tres me cuestionaba a mí misma, cuestionaba el porqué y para quién lo estaba haciendo, analizaba las palabras y ese tono odioso… No entendía, porque en el fondo y según yo, no estaba lastimando a nadie.
En el proceso que algunos identifican como un “cambio” y yo elijo llamar “evolución”, me di cuenta de que la intención de esas palabras es justamente hacerme sentir menos, aislarme. Haciéndome sentir más chica, logran sentirse más grandes. Ahora lo tengo tan claro. Sin embargo, hoy no me trae el rencor a escribir, me trae algo que realmente vale la pena.
En cuanto me cansé de darles el gusto, me di cuenta de que en mi sensibilidad no radicaba lo malo, sino lo bueno. Dejarme sensibilizar y, mejor aún, demostrarlo, me permitió explotar mi creatividad a otro nivel. Me doy cuenta de que cuando escribo, e incluso cuando hablo, no lo hago con miedo. Hoy por hoy es algo que me completa y hasta me enorgullece, porque cada idea en la que trabajo o cada palabra que escribo, cuenta con una parte mía mucho más honesta. Curiosamente, se puede decir que la sensibilidad me hizo más fuerte.
Ahora encuentro que los caminos que recorro son mucho más largos, mucho más ricos, porque ya no los camino buscando el retorno.
Igualmente, siento que la sociedad no está preparada para verme feliz con mi sensibilidad. Ni a mí ni a nadie. Las personas que se movilizan fácilmente suelen incomodar a mucha gente y eso no es necesariamente agradable para el que se sienta del otro lado de la mesa. Sin embargo, creo que en la medida en que se habla más sobre el dejar ser y darle rienda suelta a ciertas emociones, la connotación negativa hacia la sensibilidad va desapareciendo. Lentamente.
Hoy soy más consciente de los efectos y creo firmemente en la necesidad de des estigmatizar la sensibilidad, especialmente en las mujeres. Creo en el dejar ser y dejar vivir. Así que vení, te invito: sé un dulce de leche conmigo y alcancemos algo genial.