Cierro los ojos y lo veo. Más allá de la solemnidad de los modelos de papel moneda diseñados y durante décadas repetidos por la Thomas de la Rue y la American Bank Note Company; ajeno al ensalzamiento caudillista (por ejemplo de Bolívar, Santander, Nariño o Galán el Comunero) y al mito fundacional republicano, veo -decía- un rectángulo colorido resplandeciente: el primer billete de $10.000 (diez mil pesos colombianos). 12 de Octubre de 1992 es la fecha de la primera de sus tres emisiones, precisamente a quinientos años de aquella madrugada en la cual Cristóbal Colón y su gente pisaron Guanahaní, bautizándola -ceremonia de otro mundo- San Salvador, una de las islas que hoy hacen parte de las Bahamas.
Antes de continuar debo decir que aquella costumbre olvidada de hacer coincidir celebraciones y conmemoraciones con emisiones monetarias me trae a la memoria, por ejemplo, el billete de $1 emitido el 6 de agosto de 1936, cuyo reverso muestra «La Fundación de Santa Fe» que aquel día cumplía 400 años de ocurrida, pero quizás podríamos seguir charlando de esto en otro momento.
Volviendo al «Encuentro de dos Mundos» que inspiró a varios artistas nacionales y arrojó como ganador el diseño de la bogotana Liliana Ponce de León, resulta innegable la belleza de las aves, el encanto del mapamundi, las naos y la frase extraída del diario de Colón, ¡la majestuosa mujer embera! Pero vayamos más despacio que así las charlas saben mejor.

Índices y pulgares bastan para sostener el papel. Ojos atentos y curiosidad es todo lo necesario para sumergirse en sus detalles, para navegar a través de historias reales, inventadas y reinventadas, sueños que ya duermen vistos bajo la lupa de nuestros propios sueños, de nuestra propia historia que también es la historia narrada en el billete. Narración que se transforma y nos transforma en un círculo de relaciones incesante, como incesante el devenir de la América que nos cobija mientras dialoga con la Europa y el África que nos han enriquecido.
No obstante, si alguien se preguntara por el resto del Nuevo Mundo yo sólo podría decir, un poco avergonzado, que para mí son diálogos pendientes.
Ahora, he regresado sosteniéndolo en mis manos, tuve que ir a buscar a nuestro protagonista para sostenerlo entre mis dedos porque volver a contemplarlo es un placer, es como ver de nuevo una buena película. Por ejemplo, ver a Marion Cotillard y a Rusell Crowe en Un Buen Año que, oscilando entre la rigidez bursátil londinense y el desparpajo vinícola provenzal, lograron una graciosa historia cuya sobriedad permite descubrir cada vez algún nuevo detalle en los diálogos, en su fotografía o en el ‘tal vez’ que aseguran el goce de lo allí narrado hasta la próxima vendimia.
Este trasegar incesante, próximo a cumplir 525 años, ha dejado algunos testigos -que surcan los cielos contando y cantando dolores y alegrías- plasmados tan juntos como para imaginar un coro, literalmente, encantador. De las quince aves, la hermosura de la corocora roja y del toche norteño, la imponencia del cóndor de los Andes o la vistosidad de las guacamayas, solo por nombrar algunas. Admirable la microimpresión de sus nombres y absolutamente feliz saberlas en su hábitat. Ellas que, como nosotros, no emanaron de la nada dan cuenta de un entorno con más animales, muchas plantas e infinidad de relaciones acaecidas incesantemente. Una vida multicolor como multicolor este billete y sus historias.
Pero para volar había que navegar. Y ahí aparece la Santa María, la nao de Colón, en una esquina hasta donde llegan los soplidos del viento norte o Septentrión personificado, tal como se acostumbraba a dibujarlo en 1507 cuando Waldseemüller dirigió la realización del mapamundi (cuyo detalle se halla aquí incluido); vientos que no fueron los únicos que debió sortear porque -aunque no siempre resulte suficiente- Colón impulsó su inverosímil travesía con una convicción profunda, esa que se deposita con fe en un gran objetivo, esa misma que suele llevar a alcanzar otro, inesperado por lo demás.

Valga decir que el bellísimo trabajo dirigido por Waldseemüller muestra por vez primera una nueva tierra, entendida como la cuarta parte del mundo (sumada a Europa, Asia y África) y que también por vez primera es llamada América. De este trabajo conformado por doce piezas talladas se reprodujeron mil copias y todas salvo una desaparecieron. ¡La afortunada excepción estuvo olvidada por cerca de 350 años! Hoy en día está en la biblioteca del congreso de Estados Unidos.
Volviendo al reverso del billete, observando en la esquina inferior derecha la Santa María, basta subir unos milímetros la mirada para encontrarse con la firma de Colón que, dada su ascendencia hebrea, se ha prestado para conjeturas acerca del significado y de su religiosidad. Yo no sé si era converso o ‘marrano’ (como llamaban a quienes profesaban el cristianismo en público pero en privado seguían practicando su antigua religión), no sé si era masón o iluminati (ni siquiera sé qué es eso) pero entiendo que murió convencido de haber logrado una gran proeza y que aún ignorando sus alcances le estampó su rúbrica.

Media vuelta para seguir aventurando. En el centro del anverso se encuentra un detalle de una xilografía de 1493 (cuyo autor desconozco): allí se ven dos de las tres naves que aquí arribaron. La imagen completa se halla en la versión italiana y en verso que Giuliano Dati publicó de la carta que Cristobal Colón le escribió a Luis de Santangel en aquel año. Un texto fundamental en la configuración del imaginario europeo de la época sobre el Nuevo Mundo. Pero más allá de los nombres, esta prodigiosa técnica -perfeccionada por Durero- aparece de nuevo para llevarnos de la mano a imaginar el cruce de caminos que aquel desembarco comenzó.

Primero los taínos y después, paulatinamente, muchos otros pueblos vieron llegar a los venidos de allende la mar.
Desde 1511, con la fundación de Santa María la Antigua del Darién, los hispanos se habían acercado al territorio embera pero fue sólo hasta comienzos del S. XVII cuando iniciaron la exploración por el río Atrato. Desde entonces entre acercamientos, batallas, desplazamientos y resistencia los embera han luchado por garantizar su supervivencia y mantener su identidad. Por esto y teniendo en cuenta que para los billetes colombianos siempre han escogido personas ya fallecidas como imagen, resulta curiosa la aparición de esa mujer allí. ¿Será la determinación de enaltecer a los pueblos indígenas como sinónimo de un pasado glorioso que sostiene la grandeza de nuestra sociedad? La aparición de Nezahualcoyotl, Rumiñahui, Lempira o Tupac Amaru en los billetes de México, Ecuador, Honduras y Perú respectivamente podrían ayudar a responder esta y otras preguntas más.
Siguiendo este sendero, teniendo frente a mí la imagen apacible de una mujer que representa un pueblo que, a su vez, representa a muchos pueblos indígenas; la oportunidad que se me abre es la de fortalecer no sólo espacial si no temporalmente la red que me contiene y me define, de modo tal que sus tan diversos hilos se fortalezcan y revitalicen para emprender una nueva aventura que me hable de aquello que me acerca a los embera de ayer y de hoy: el hambre y la comida, el cariño y las redes familiares, las amenazas y el deseo de proteger a los hermanos.
Esta ataviada mujer embera me invita a aprender sobre los jaibanas (mucho más que ‘médicos tradicionales’), sobre el río Atrato y el San Juan, sobre la capacidad humana de transformarse según las circunstancias. ¡Cómo no! Sobre la llegada a estas tierras de negros sabedores de su libertad. En fin, geografía, historia, medicina, pintura, tejidos o lo que a cada quien más interese.
Todos son caminos posibles que parten de este billete. Un boleto a la aventura, muchos caminos para conocer.

Post Scriptum: Este texto es sólo un abrebocas que no abarca la totalidad de elementos contenidos en el billete.
*Texto por el pez invitado Carlos Rodríguez del Toro. La entrada fue publicada originalmente en www.aquienpuedainteresarblog.wordpress.com
Una reflexión sobre la imagen de una hermosa mujer que nos representa. En el colegio mis compañeras se reían de mí porque me parecía a ella y me ofendía. Ahora pienso: que ignorancia la nuestra! y que parecerme a ella es un halago
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