Muchos años después, frente a la banca examinadora, habré de recordar la mañana en que mi papá me llevó al colegio…
La defensa de una tesis doctoral es el final de la trayectoria educativa de una persona pero sobretodo es el final de un largo proceso que comienza en promedio 5 años antes de ese momento. Es difícil juzgar si la tesis es lo de más o es lo de menos. Por un lado, se invierte tanto tiempo escribiéndola que inclusive llega a saturar, lo cual es paradójico si se tiene en cuenta que esa es la razón de ser del doctorado; pero al mismo tiempo puede ser lo de menos, porque la vida cambia tanto a lo largo del doctorado que las ideas que se tratan de plasmar en la tesis parece que pierden relevancia cuando se miran en comparación con el resto de la vida. Para explicarme voy a ir por partes. La más obvia es que se adquiere un conocimiento que desborda cualquier cosa que se haya hecho antes pero el resto requiere un poco más de explicación.
Para adquirir ese conocimiento es necesario pasar meses y meses estudiando. Parece trivial y hasta fácil, de hecho la gente dice “pero tu no haces nada, sólo estudiar”. Sin embargo, es como cualquier trabajo y si el doctorando no se concentra en sus estudios durante las 8 horas de cada día, rápidamente las lecturas le van pasando factura y se le van acumulando. Si alguien les dice que llegó a las 7 de la mañana a la biblioteca y que salió a las 10 de la noche porque estuvo “estudiando”, los está engañando de la manera más descarada. Las 8 horas a las que hago referencia no son necesariamente seguidas porque nadie puede permanecer concentrado durante más de 2 horas sin que el cansancio mental lo agobie, luego 15 horas de estudio son más bien muchas horas en redes sociales, correo, noticias y algunas horas de estudio (una rutina puede ser de lo más útil, por ejemplo dos horas de trabajo por una de recreo). Si no se tiene un jefe que le diga lo que tiene que hacer o un horario de clase más o menos estructurado de 20 horas de clase a la semana, lo único que queda es la propia disciplina. La persona tiene que ser lo suficientemente organizada para no dejarse abrumar por la cantidad de trabajo.
Es un poco pretencioso decir que la vida cambió porque se dedicó al estudio, como si el conocimiento adquirido lo pusiera por encima del resto; en realidad la vida cambia porque el doctorando se aísla de muchas cosas en la medida en que la cantidad de trabajo que tiene que hacer, termina por abrumar a las personas. En mi caso particular yo estoy fuera del país y por más correo electrónico, redes sociales o celular, uno está al otro lado del mundo y mantener el contacto con la gente es difícil, y si a eso se suma que lo que se tiene que hacer lo agobia, ya se tiene una idea del aislamiento al que hago referencia. A medida que el tiempo va pasando uno se acostumbra, como a todo en la vida, y ya no le parece tan difícil el trabajo; ahora lo difícil es que el resto de la vida cuadre con esa nueva realidad. Los amigos de toda la vida y la familia lo empiezan a mirar como a un bicho raro (no es una queja particular contra nadie) y la persona empieza a sentirse extraña con personas con las que compartió muchas cosas en la vida, en parte porque siente que hay una suerte de abismo entre los otros y ella. Uno se vuelve un lobo solitario.
Relacionado con lo anterior está la vida sentimental. Es común que las relaciones sentimentales con las que se llega al doctorado no sean las mismas cuando se acabe y en muchos casos las personas no tienen ninguna relación al acabar el programa. No es una relación directa pero ciertamente es un fenómeno frecuente. Mi punto es justamente que el doctorado le cambia a la vida a quien lo hace en muchos aspectos que no necesariamente están ligados a lo académico, pero en mi opinión, son consecuencia de ello. Si una persona está concentrada en una sola cosa mucho tiempo, muy probablemente va a dejar otras cosas de lado, para bien o para mal. Claro está, como dije más arriba, no es que no se haga más que estudiar, el asunto es que las otras cosas que se hacen dependen directamente del estudio, razón por la cual compaginar el resto de la vida con la nueva rutina de un doctorado es difícil y, las más de las veces, deja huellas profundas en la vida de las personas.
Tal vez hasta aquí he pintado un panorama un poco desolador sobre las implicaciones que tiene hacer un doctorado, sin embargo debo dejar claro que no me imagino haciendo nada más en la vida. Me encanta mi trabajo que incluye preparar mis clases, escribir mi tesis, leer para saber lo que estoy escribiendo, ir a coloquios o congresos, escribir artículos no relacionados con la tesis y otras cosas más. Ciertamente uno debe estar convencido de que esto es lo que quiere para su vida porque de lo contrario la va a pasar muy mal. La pregunta que habría que hacer es: si implica tantos sacrificios, ¿qué se gana haciendo un doctorado? Dinero no; prestigio tampoco (los papás se sienten orgullosos pero no va mucho más allá de eso). El salario por año estudiado es de seguro más bajo que el de algunas personas con maestría que tienen un buen puesto y la gente, como ya lo señalé más arriba, mira al doctor como a un bicho raro con lo cual la idea de prestigio queda inmediatamente por el suelo. En mi caso lo hago porque me gusta la academia y quiero ser profesor universitario, pero si uno no tiene esa meta, no vale la pena el esfuerzo, al menos no un doctorado en ciencias humanas y sociales.
Esto es un proyecto de vida y tiene muchos riesgos porque donde algo salga mal, la persona ha estado desconectada del resto del mundo y al volver, nadie le va a reconocer el esfuerzo hecho (con dificultad lo reconocen cuando todo sale bien). De manera que hay que pensarlo muy bien.
Las estirpes que se condenan voluntariamente a cinco años de soledad, sólo tendrán una oportunidad sobre la tierra.