Fotografías y texto de César David Martínez. Fotógrafo de naturaleza y patrimonios




El fotógrafo de naturaleza documenta el entorno natural que le rodea, sus detalles, la belleza escénica, las especies, los sucesos y los fenómenos relacionados con los ecosistemas, las amenazas y problemáticas. A su vez, el fotógrafo de patrimonios documenta la cultura, los saberes, lo inmaterial, las construcciones arquitectónicas que tienen algún valor estético o histórico. También las tradiciones, los conocimientos que se transmiten entre generaciones, las naciones ancestrales y todo aquello que tiene una posición en nuestro acervo cultural como grupo humano.
La naturaleza y los patrimonios están íntimamente relacionados. Los cerros, los ríos y las especies que los habitan hacen parte de las tradiciones, las historias y las razones por las que un grupo humano se expresa y relaciona con el lugar en el que habita. Muchos de los instrumentos son hechos con alguna especie de árbol; por ejemplo, la marimba de chonta en el pacífico colombiano, declarada patrimonio de la humanidad, está hecha con la palma de su mismo nombre.
Los cuatro pueblos indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta tienen una cosmovisión muy particular del mundo, en la que sus picos nevados (Serankua, el Pico Bolívar) son la morada de la divinidad creadora, sus viviendas tradicionales son hechas de plantas y barro de la Sierra y su actividad ritual llamada poporeo consiste en masticar una pasta hecha con hoja de coca y polvo de conchas que han recogido en las playas de la zona. Sus vestidos son blancos y sus gorros, llamados por los arhuacos “Tutusoma”, representan las cumbres nevadas y las llevan siempre sobre su cabeza como un acto simbólico.
En Nariño, los maestros artesanos del Mopa-Mopa obtienen la materia prima de su patrimonio en lo profundo de la selva del Putumayo, solamente en una época específica del año; el árbol de Mopa-Mopa entrega los cogollos de las nuevas hojas, que tienen una textura como de resina que se estira, que luego se convertirá en verdaderas obras de arte hechas a mano, representando su cultura y tradición en el llamado barniz de Pasto, Mopa-Mopa, patrimonio inmaterial de la humanidad.
En Quibdó, los chocoanos celebran la fiesta más larga del país durante cerca de un mes, en honor al santo católico de su devoción: San Francisco de Asís. Uno de los elementos imprescindibles de la celebración son las Balsadas en el río Atrato. Decenas de canoas especialmente decoradas salen en un recorrido por el río para conmemorar las primeras balsadas que se repiten desde 1648 y son un elemento muy importante de cohesión social de las comunidades locales. Música, disfraces, vestuarios especiales, “cachés” (coreografías de cada barrio franciscano) y ofrendas naturales se entremezclan con las balsadas para sellar la tradición.
Las comunidades indígenas de la Amazonía y Orinoquía tienen una relación profunda con las especies de plantas de sus territorios, representadas en la ritualística y los sistemas de conocimiento y cosmovisión de cada etnia. El yagé como planta de comunicación con lo sagrado, el yopo, el mambe, el tabaco en forma de ambil, el ya mencionado poporeo y otras numerosas especies de plantas que hacen parte fundamental de las tradiciones rituales y de la sabiduría ancestral indígena son cultivadas o tomadas del contexto natural y han sido usadas durante milenios por estas naciones originales y, como ellos lo mencionan, son para endulzar la palabra, profundizar en el conocimiento espiritual de su territorio o sanar enfermedades físicas y de la mente. Contrasta el uso que estas naciones hacen de las plantas al que la sociedad moderna y “civilizada” hace de las mismas, sin ningún significado o intención profunda en su consumo, como lo observamos en el cigarrillo y la cocaína, por nombrar dos de ellas.
En Tierradentro, Cauca, una comunidad humana ya desaparecida, datada con más de un milenio de antigüedad, cavaba profundos sepulcros comunitarios y los decoraba como templos subterráneos con diseños geométricos zoomorfos y antropomorfos, y custodiados por esculturas en roca, constituyendo así los hipogeos que conforman toda una necrópolis en las montañas de este departamento.
Cerca de allí, la mal llamada cultura de San Agustín (nombre católico), Huila, tallaba su cosmovisión sobre la roca creando numerosas esculturas de piedra que hoy son el conjunto escultórico más grande de América, también declaradas patrimonio de la humanidad. Es evidente la profunda relación de las naciones ancestrales con la naturaleza, en este caso representada en la forma de afrontar la muerte y en el caso de las esculturas de piedra un misterio para nosotros hoy, pues no se sabe a ciencia cierta la razón de ser de tan dedicadas piezas de escultura lítica (lo que si se sabe es que no tienen nada que ver con la tradición católica ni con San Agustín).
Así, podría seguir nombrando ejemplos de cómo la naturaleza y el patrimonio están íntimamente relacionados en un tejido social, cultural, ambiental, y dentro de la psiquis de los seres humanos que protagonizan cada territorio.


Arriba: poporeo de indígenas aruhacos y koguis. Abajo: cogollos y proceso de Mopa-Mopa.



Como fotógrafo de naturaleza y patrimonio, me pregunto por la implicación del estado actual del entorno natural en las últimas décadas sobre el patrimonio, la cultura y tradiciones de los colombianos.
Ver la Amazonía arder como nunca antes lo vimos, cada año con incendios y sequías más fuertes que las anteriores. Ver el glaciar de nuestros picos nevados desaparecer a un ritmo acelerado y recibir las noticias de la próxima extinción de numerosas especies de flora y fauna, que solamente se encuentran en nuestro territorio. Eso sumado a la destrucción casi total del ecosistema de Bosque Seco Tropical y saber que los arrecifes de coral, caracterizados por un arcoíris de colores en su estado saludable, se está convirtiendo en una osamenta blanqueada y sin vida por el calentamiento del océano.
Al subir al páramo, ecosistema del cual Colombia es el país más importante del mundo, se puede observar cómo los relictos de bosquecillos de frailejones y puyas están cercados y rodeados de numerosas amenazas: el creciente cultivo de papa, la expansión de los potreros de pasto para ganadería, el aumento sin control de bosques de especies invasoras exóticas como el pino (Canadá), el eucalipto (Australia) y el retamo espinoso (Mediterráneo), la urbanización y la minería, que me hacen pensar cuánto tiempo real de vida les quedan a nuestros ecosistemas de alta montaña y sus especies como el oso de anteojos y el cóndor de los Andes, y en general a los diversos ecosistemas de nuestro territorio.
El panorama actual da una impresión de la poca importancia que como seres humanos le damos tanto a nuestra identidad cultural como al patrimonio en biodiversidad, ya que ambas tienden a desaparecer con el ocaso del entorno natural.
Para concluir la reflexión, desde lo fotográfico, estudiando y observando la labor de décadas del colega Sebastião Salgado, en sus libros Génesis (2013) y Amazõnia (2021), específicamente la fotografía de las tribus indígenas que se han sabido mantener al margen del desarrollo capitalista del mundo moderno y quienes han sabido llevar una vida en armonía y equilibrio con la naturaleza y que han preservado su patrimonio cultural durante milenios, surge en mí la inevitable y a la vez reveladora pregunta: ¿la sociedad actual con el capitalismo y el consumismo como banderas de progreso y desarrollo de la humanidad debe mirar atrás y re-aprender de otras formas de ver y habitar el único mundo que tenemos disponible para vivir?





Conoce más de César David y «Pareidolia», su trabajo fotográfico en nuestro primer libro impreso, Saltos al vacío:
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