¡Mataron al Divino Niño!

Texto y fotografía de Andrés Herrera Pérez | IG: @andresherreraperez

La túnica rosada quedó hecha un trapo rojo y sucio. Roto. Los ojitos azules, que hicieron suspirar a tanto cura, se voltearon para siempre. Los crespitos dorados se deshicieron cuando la cabeza del Dios infante se estrelló contra el pavimento. Se volvió mierda. Dieciocho balazos fueron muchos para ese cuerpito. La Virgen casi se enloquece cuando lo vio tirado, hecho un colador. Dicen que los sicarios lo ajusticiaron porque dejó de blindarlos con su luz. Sus estampas y estatuas dejaron de ser efectivas para detener proyectiles cuando llegó al país una contra más efectiva. Se trataba de la india Rossana. La introdujeron de contrabando unos traquetos del Brasil. Su culto se regó como pólvora, como ráfaga, en las comunas y los tugurios y llegó al Capitolio y la Casa de Nariño. Todo el mundo empezó a encomendarse a la india de tetas grandes y caderas anchas y dejó de lado al mocoso que nunca bajaba los brazos, como pidiendo que lo cargaran. Rosana no necesita mercados ni limosnas. Le gusta el tabaco y el guaro, y uno que otro pase de perico. Por eso se metió en el corazón de tanto hampón. Algunos se han atrevido a afirmar que la muerte a tiros es más digna y menos dolorosa que la que le esperaba al rubio nazareno en la cruz. Las ancianas se quedaron con la novena colgada en los labios: “Oh, Divino Niño, mi Dios y Señor. Tú serás el dueño de mi corazón”. Dios y señor muerto. Niño fantasma, dios espectro, divina sombra. Hueco en el 20 de Julio. Vacío en el corazón criminal de Colombia. El epitafio ya fue anunciado: «No reinaré».

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