No importa en dónde lo escuchó. Pudo ser en la ruta del colegio, en la casa de una amiga o en nuestro propio hogar, en donde suena de todo. El hecho es que Maluma se había colado en las neuronas de mi pequeña y curiosa primogénita a través de su canción “Borró cassette”. Más allá de las consideraciones musicales, estéticas y morales, me tocó la pregunta más inesperada: “Mamá, ¿qué es borró cassette?”.

El hecho de que él no se encontrara en ese momento con nosotras, me impidió contestarle: “Hija, pregúntele a su Pá”; igualmente, semejante pregunta no ameritaba mi viejo truco de búsqueda extra rápida en Google con la esperanza de que ella no lo notara, lo cual siempre queda en nivel de esperanza, pues no hay nada que yo intente hacer casual que ella no lo perciba (bueno, ella y él).

Hasta este momento, había sorteado interrogantes mucho más “sencillos” como “¿por qué fue que te separaste que ya se me olvidó?” u otros un poco más elaborados como “¿qué es un eunuco?” o “¿por qué unas iglesias en la punta tienen cruces y otras lunas?”. En fin, un sinnúmero de enigmas diarios que empiezan con el encabezado “tengo una pregunta” y que provocan en mí la más dulce y espeluznante sensación de: “Papito Dios, que me la sepa y que logre explicársela sin crearle prejuicios o condicionamientos de ningún tipo”.

En algunas oportunidades salgo victoriosa, pero la mayoría de las veces mi victoria consiste en las explicaciones que él suele darle. Así, lo que ella pregunta sin filtros, él lo responde con la sencillez que forma parte de su vida diaria; lo mejor no de sus palabras, sino de sus actos. Mi mundo familiar, castrense, rígido y absolutamente estructurado, hace juego con su templanza ceremonial.

Él, tranquilo y pausado, yo intranquila y acelerada, ella extrovertida y curiosa, en fin, “somos tres, somos tres, somos tres”, como ella misma canta, alterando la canción de Bomba Estéreo. Y pues sí, somos tres que disfrutamos estar juntos, conversar, acompañarla a todas las nuevas e inimaginables modalidades de fiestas infantiles, comer, caminar y, lo mejor de todo, viajar juntos.

Muchos ortodoxos en temas musicales consideran que no existe un peor género que el reguetón, pero este escrito es la confirmación de que eso no es del todo cierto, pues hoy algunas letras de este género me sirven para reafirmar lo feliz que me siento de ser su mamá y de tener la posibilidad de concederle todo el día respuestas a preguntas que quizás yo aún me hago.

Cada generación es diferente, como también es diferente lo que piensa una de la otra; hemos llegado al punto en el que una niña que no tiene diez años aún desconoce qué es un cassette, mientras que sus padres, abuelos, tíos y demás amigos y familiares fuimos tan felices devolviendo su cinta, y hasta el tiempo, con la ayuda de un esfero.

Escucho regularmente y cada vez con mayor aceptación la idea de que tener hijos no es “cool” o “pro” (así dicen ella, sus amigas del colegio y hasta mi mamá, cuando algo les gusta), lo cual es una opción de vida respetable. No obstante, me llama mucho la atención la sencillez de mi respuesta ante la pregunta “De todo, todo, todo, ¿qué es lo más difícil de ser mamá?”: “Nada que te dé tanta felicidad, puede ser difícil”, digo. Por eso es que este texto es una invitación a borrar cassette… Sí, a borrar cassette frente a relaciones tormentosas, amores fallidos, recuerdos no gratos de la infancia, malas experiencias.

Y cada vez que tengan la oportunidad de compartir con un niño, sin importar su vínculo con él, contesten con claridad y sencillez sus preguntas, sin ignorarlo, escúchenlo y vuelvan a la simplicidad de la vida, la simplicidad que él y ella, día a día, me permiten compartir a su lado.